Verba volant, scripta manent

viernes, 23 de mayo de 2014

La fuga de Papago Park


El campo de prisioneros de Papago Park se construyó en 1943 en un área recreativa a unos diez kilómetros al este de la ciudad de Phoenix (Arizona), aprovechando un antiguo campamento que había alojado anteriormente a unidades de la Guardia Nacional y regimientos de soldados negros de Infantería. Sus primeros inquilinos fueron soldados italianos, pero en enero del 44 se decidió que acogiera exclusivamente a prisioneros alemanes, la mayor parte de ellos miembros de la Kriegsmarine cuyos buques habían sido hundidos. El campo estaba dividido en cinco secciones, una exclusiva para oficiales y el resto para los presos de menor rango. Llegó a albergar más de 3000 prisioneros y el régimen carcelario era bastante relajado; la convivencia con los guardas era cordial y a diferencia de otros campos los presos no tenían obligación de trabajar (aunque algunos lo hacían voluntariamente en los campos de algodón cercanos, recibiendo por ello una compensación económica). Había un cine donde se proyectaban películas dos noches a la semana y los presos incluso redactaban e imprimían un periódico propio, al que llamaron Papago Rundschau. Los norteamericanos confiaban en que el buen trato y el hallarse en medio del desierto de Arizona disuadiese a los prisioneros de intentar la fuga.
En enero de 1944 llegó al campo el capitán Jürgen Wattenberg, procedente del campo de prisioneros de Crossville (Tennessee). Wattenberg había caído prisionero después de que su submarino, el U-162, hubiera sido hundido el 3 de septiembre del 42 al noroeste de la isla de Trinidad por los destructores británicos HMS Vimy, HMS Pathfinder y HMS Quentin. En todos los campos en los que había estado antes de llegar a Papago había causado problemas; era un prisionero incómodo, inteligente y carismático, involucrado a menudo en intentos de fuga. Cuando llegó se convirtió en el oficial de mayor rango del campo, y en seguida se puso manos a la obra con los preparativos de un nuevo plan de huida, tarea en la que le ayudaron otros tres capitanes de u-boat: Hans-Werner Kraus, Friedrich Guggenberger y August Maus.
Jürgen Wattenberg (1900-1995)
No tardaron en descubrir que había un punto ciego en el campo, fuera del campo visual de las torres de vigilancia; a un par de metros de una de las duchas, relativamente cerca de la alambrada que cercaba el recinto. Un buen sitio para empezar a cavar un túnel; para ello, retiraron un trozo de la pared del barracón y taparon la entrada de la excavación con una gran caja llena de carbón. Para facilitar su trabajo, solicitaron a sus guardianes herramientas, con la excusa de que los presos querían cultivar un jardín y construir una pista de voleibol; tal era la confianza de las autoridades del campo en que los presos no serían capaces de excavar un túnel en el suelo duro y pedregoso, que les cedieron dos palas y dos rastrillos que debían devolver por las noches.
La excavación empezó en algún momento de septiembre. De día, los presos acudían al barracón con el pretexto de darse una ducha y aprovechaban para salir por el hueco de la pared y trabajar en el túnel. De noche, se organizaban para trabajar en tres turnos de tres hombres que excavaban durante hora y media cada uno. El primer hombre cavaba, el siguiente recogía la tierra y se la pasaba al tercero, quien la sacaba al exterior y vigilaba que no fueran descubiertos. Un cuarto grupo se encargaba luego de ocultar la tierra extraída: en los techos de los barracones, arrojándola a los retretes, mezclándola con la tierra de los cultivos o, sencillamente, apilándola junto a la pista de voleibol como si fuesen escombros generados durante su construcción.
Entrada al túnel
El objetivo primordial de la fuga era dirigirse hacia el sur, viajando de noche y evitando los trenes y las carreteras, para conseguir llegar a México (la frontera estaba a apenas ciento setenta kilómetros al sur del campo) y una vez allí, contactar con la embajada alemana o con simpatizantes del Eje para que les facilitasen los medios para volver a Europa. De hecho, cinco hombres habían escapado del campo en febrero, escondidos en un camión, y cuatro de ellos habían logrado cruzar la frontera e internarse casi cincuenta kilómetros en territorio mexicano, antes de ser arrestados por las autoridades y devueltos a EEUU.
Para la fuga prepararon también documentos falsos. Consiguieron que los norteamericanos les hiciesen fotos con la excusa de enviarlas a sus familias para que supiesen que los trataban bien. Con esas fotos, falsificaron documentos que los identificaban como marineros europeos que se dirigían a algún puerto de California o del Golfo de México. También hicieron acopio de dinero; lo consiguieron a base de venderles a sus guardias parafernalia nazi falsa (medallas, insignias...) que ellos mismos fabricaban. Y también se preocuparon de reunir alimentos para el viaje; tostaban el pan blanco de sus raciones (que nunca gustó mucho a los alemanes) y lo molían para luego mezclar ese polvo con agua o leche, obteniendo una pasta no muy sabrosa pero nutritiva y fácil de transportar.
Para ganar algo más de tiempo antes de que empezaran a buscarlos, los alemanes prepararon un subterfugio para engañar a los norteamericanos. Un día, cuatro capitanes, en nombre de los oficiales presos, anunciaron al comandante del campo que no se presentarían a los recuentos obligatorios a menos que estos fueran llevados a cabo por un oficial, como correspondía a su rango. El comandante se negó; los oficiales se negaron a acudir al recuento, lo que les valió un castigo con la reducción de sus raciones. Tras dieciséis días de tira y afloja se alcanzó un compromiso por el cual se suprimía el recuento de las 9:00 AM los domingos y se permitía que los oficiales realizaran el recuento desde la puerta de sus barracones.
La fuga tuvo lugar la noche del sábado 23 de diciembre de 1944. Para encubrirla, los presos organizaron una ruidosa fiesta, con la excusa de celebrar las fiestas navideñas y las noticias llegadas de Europa de la contraofensiva de las Árdenas; mientras los cánticos y los brindis (con alcohol destilado ilegalmente) distraían a los guardias, los presos, en grupos de dos o tres hombres, iban saliendo subrepticiamente por el túnel (que medía un total de 54 metros de longitud y dos de profundidad), hasta un total de veinticinco fugados (doce oficiales y trece marineros).

Dado que al día siguiente era domingo y no hubo recuento matutino, los norteamericanos no se dieron cuenta de que faltaban prisioneros hasta bien entrada la tarde. De inmediato, se avisó al FBI para que iniciara la búsqueda de los fugados... pero casi a la vez, recibían una llamada del sheriff de Phoenix: un prisionero alemán llamado Herbert Fuchs (un joven de 22 años tripulante de un submarino) acababa de entregarse, cansado, mojado (llevaba todo el día lloviendo) y aterido de frío. Antes de que terminase el día de Nochebuena, otros cuatro fugados se habían entregado en Tempe (el pueblo más cercano al campo) y un sexto prisionero era arrestado en la estación de tren, revelando la localización del túnel durante su interrogatorio.
En los días siguientes, las autoridades lanzaron lo que el Phoenix Gazette definió como "la mayor caza del hombre de la historia de Arizona". Soldados, policías, agentes del FBI y de los sheriffs locales, las patrullas fronterizas, hasta los funcionarios de aduanas, se lanzaron en la búsqueda de los diecinueve prisioneros. Los rancheros locales e incluso los exploradores indios del ejército registraban la región, atraídos por la recompensa de 25$ ofrecida por cada prisionero arrestado.

Poco a poco, los prisioneros fueron capturados o se entregaron. El 1 de enero, el capitán Kraus y el teniente Helmut Drescher, que había sido su segundo al mando en el U-199, se entregaban agotados y con heridas en los pies en una granja en la que sólo había tres niños (el mayor de doce años), con los que charlaron amigablemente mientras tomaban café y compartían algo de chocolate hasta que volvieron sus padres. Ese mismo día, otros dos fugados eran capturados por los exploradores indios a menos de cincuenta kilómetros de la frontera mexicana.
El 5 de enero, fueron capturados otros cinco presos, dos por los indios y otros tres por una patrulla de soldados de otro campo de prisioneros, el de Florence (a menos de 100 kilómetros del de Papago Park). Y el día 6, otros dos hombres, los capitanes Guggenberger y Jürgen Quaet-Faslem caían también en manos de los exploradores nativos. Casualmente, Quaet-Faslem había participado en la fuga de febrero y se quedó atónito al reconocer a uno de sus captores como uno de los que lo habían capturado en México once meses antes. El día 8, otros dos prisioneros eran capturados.
Quedaban libres seis alemanes, dos grupos de tres hombres cada uno. Uno de esos grupos, formado por el capitán Wilhelm Günther y los tenientes Friedrich Utzolino y Wolfgang Clarus, eran llamados por sus compañeros "los tres chiflados del bote" porque habían planeado descender por el cercano río Salado hasta el río Gila, y por éste hasta el Colorado, para llegar finalmente al Golfo de California. Y para tal fin, habían construido en el campo un bote con madera, tela y asfalto, que habían sacado desmontado por el túnel. Desafortunadamente para ellos, el Salado estaba prácticamente seco (algo que desconocían), con lo que se vieron obligados a abandonar el bote y seguir a pie, hasta su captura por parte de unos cowboys locales, quienes los encontraron lavando su ropa interior en un canal de riego cerca del pueblo de Gila Bend.
De los últimos tres huidos no había rastro: eran el capitán Wattenberg y dos de sus tripulantes a bordo del U-162, Walter Kozur y Johann Kremer. Parecía habérselos tragado la tierra. Y no deja de ser curioso porque eran los que menos se habían alejado del campo: tras una breve visita a Phoenix para tomarse unas cervezas, habían decidido ocultarse y esperar a que se diese por terminada la operación de búsqueda y así dirigirse a México con tranquilidad. Habían encontrado refugio en una cueva en las montañas al norte del campo. Y desde allí Kremer ideó una de las estrategias más atrevidas que uno pudiera imaginar: cada pocos días, Kremer se acercaba a las cuadrillas de presos que trabajaban fuera del campo e intercambiaba su puesto con uno de ellos; el preso pasaba la noche en la cueva y Kremer volvía a entrar en el campo para conseguir comida y noticias. Al día siguiente, volvían a intercambiarse y Kremer retornaba con sus compañeros. Y así, hasta que el 23 de enero de 1945, una inspección sorpresa permitió descubrir la presencia de Kremer en el campo. Al día siguiente, Kozur era capturado por tres soldados cuando se dirigía a un coche abandonado donde sus compañeros les dejaban provisiones.
Quedaba únicamente el capitán Wattenberg. Ninguno de sus compañeros reveló su escondite. Tres días después, el 27, tras agotar sus alimentos, Wattenberg se afeitó, se puso ropa limpia y se dirigió a pie a Phoenix. Gastó sus últimos centavos en una comida y pasó la noche vagabundeando por las calles y durmiendo en el vestíbulo de un hotel. A la mañana siguiente, el jefe de un grupo de barrenderos sospechó de su acento cuando le preguntó una dirección y avisó a la policía. Wattenberg fue arrestado sin oponer resistencia a las nueve de la mañana del día 28. Su fuga había durado 36 días.
Las consecuencias de la fuga para los presos fueron bastante leves, dado que no se había producido derramamiento de sangre ni delitos contra la población más allá de algunos hurtos de ropa y comida. Los escapados fueron castigados a pan y agua tantos días como habían estado ausentes del campo y ese fue todo su castigo. Tampoco los guardias del campo sufrieron represalias, por más que el FBI anunciase la apertura de una investigación acerca de los fallos de seguridad en el campo.
Años más tarde, Wolfgang Clarus se mostraría orgulloso de haber participado en la fuga pese a no haber tenido éxito. La concepción, la excavación, la huida, el retorno, contar nuestras aventuras, enterarnos de lo que les había sucedido a los otros... todo eso nos ocupó un año o más, y fue una gran distracción. Mantuvo nuestros ánimos elevados incluso mientras Alemania estaba siendo derrotada y nos preocupábamos por nuestros padres y nuestras familias.
El campo de prisioneros de Papago Park siguió en funcionamiento hasta marzo del 46, cuando los últimos prisioneros que quedaban fueron trasladados a Alemania. Hoy en día, el solar donde se situaba el campo está ocupado por una base de la Guardia Nacional de Arizona, en la que se encuentra el Museo Militar de Arizona (con una amplia exposición sobre la historia del campo y de la fuga), además de varios complejos residenciales.

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